De Verdad Que Sí Dolían


by Ricardo

¡De verdad que sí dolían los cinturonazos! Mi papá me estaba dando unas buenas nalgadas con su cinturón. Yo aullaba, me retorcía, pedía perdón, pero no había caso, él seguía dándome duro en las nalgas. No sé ni cuántos llevaba, pero sentía mis nalgas muy calientes e hinchadas; y lo peor de todo era el ardor, con cada cuerazo este se incrementaba, llegando a ser casi insoportable.

En la posición en la que estaba, parado, con las piernas ligeramente abiertas y las manos en la nuca, cada golpe me hacía sentir que caería hacia delante; adelantaba las caderas tratando de amortiguar un poco el impacto y, aunque lo lograba, esto no aliviaba el fuerte escozor que seguía a cada azote.

Lo que había hecho para merecer ese castigo no había empezado ese día, sino tres semanas antes; no había limpiado el garaje durante todo ese tiempo, a pesar de que mi papá me lo había pedido en más de cuatro ocasiones y, casi diario me preguntaba si ya lo había hecho. Lo más fácil hubiera sido, simplemente limpiar el garaje, no era la gran cosa y ya lo había hecho en muchas otras ocasiones; pero, simplemente me daba flojera, así es que, cuando él me preguntaba si ya lo había limpiado se me hacía fácil contestarle que lo había olvidado, pero que, ahora sí, esa tarde lo haría sin falta; pensaba que esa era la manera más sencilla de escapar a mi obligación; después de todo, no estaba siendo un flojo ¿no? Simplemente era falta de memoria.

Finalmente, mi papá, enojado ya, me ordenó la tarde anterior que a más tardar el día siguiente al mediodía –es decir, volviendo de la escuela- quería ver que hubiera empezado a limpiar, y más valía que lo obedeciera si sabía lo que era bueno para mí.

Y es que, aunque tenía pocas obligaciones, mi padre era muy estricto en cuanto a cumplir con ellas, lo mismo en la escuela que en la casa. Yo sabía qué esperar si no hacía lo que debía, ya que mi padre –tan benévolo en otras cosas- era realmente rígido cuando se trataba de cumplir con las responsabilidades.

Esta rigidez se fue incrementando con el paso de los años; cuando era más pequeño únicamente me regañaba o tal vez me daba unas pocas nalgadas con la mano, pero conforme he ido creciendo también ha crecido el número y la fuerza de sus golpes y también ha cambiado la forma en la que mi padre me aplica los castigos. Antes me colocaba sobre sus rodillas y yo no tenía que luchar para mantenerme en una posición determinada, pero desde hace dos años más o menos, empezó a obligarme a quedarme de pie mientras me azota, lo cual lo hace mucho más difícil de soportar, ya que además del dolor tengo que quedarme quieto para que me pegue, lo cual es una verdadera agonía. Además, desde hace dos años también ha empezado a usar su cinturón, que duele muchísimo y me deja marcas que duran varios días.

A pesar de todo no me pega mucho, sólo lo ha hecho cuando deliberadamente lo he desobedecido, o he sido irrespetuoso con él u otra persona, o cuando me he hecho el tonto y no he asumido mi responsabilidad por algo. Así es que, en total, en toda mi vida (tengo 13 años) me ha pegado unas 10 veces.

Volviendo al día que les cuento, inconscientemente había decidido no limpiar el garaje hasta el sábado, con la esperanza de que mi papá no se diera cuenta. Y digo inconscientemente porque ni siquiera lo pensé, si lo hubiera hecho no me hubiera metido en el lío que me metí. ¡Menudo idiota! ¿En qué estaba pensando? O mejor dicho ¿Por qué no había pensado? Era obvio que mi padre pasaría por el garaje antes de subir a la casa. Él tiene su consultorio en la planta baja, es médico, así es que era lógico esperar que pasara por el garaje para ver si había hecho lo que me había ordenado. Estábamos los dos comiendo cuando me preguntó:

Ricardo, ¿limpiaste el garaje o se te olvido?

Di un salto cuando oí su tono de voz: era frío y duro, estaba enojado. Por supuesto que no lo había olvidado, simplemente había decidido no limpiarlo ese día, a pesar de la orden expresa de mi padre de hacerlo SIN FALTA ese día después de llegar de la escuela. Además, estaba siendo irónico conmigo, ya que ese era el pretexto que había estado usando todo este tiempo para no hacer lo que, yo sabía, tenía que hacer. ¡Carajo! ¿Cómo podía haber sido tan estúpido? ¡Era obvio que mi papá se daría cuenta de que lo había desobedecido! ¡Realmente estaba metido en un lío! ¡Me iba a ir muy mal!.

No, papá.

Y, ¿por qué no?

Mmmm, pues.... no sé.

¿Cómo que no sabes? ¿Es que eres un idiota o algo así?

Su voz era fría y controlada. Mal síntoma.

Nnnno, papá. Es que.... tuve mucha tarea y....

¿Y?

Y se me fue el tiempo, eso es todo. Pero ahorita lo voy a hacer.

¿Ahorita? ¿Cuándo es ahorita? ¿Dentro de un año? ¿Cuánto tiempo hace que tendrías que haberlo hecho?

Silencio

¡Contéstame!

Hace mucho, papá, pero te juro que....

¡No me jures nada! No solamente te has estado haciendo el idiota desde hace más de tres semanas poniéndome de pretexto que se te olvidó limpiar, sino que además desobedeces una orden directa, clara y sencilla. ¿O no te dije ayer por la tarde, y te recordé hoy por la mañana, que quería que limpiaras el garaje llegando de la escuela y SIN pretextos?

Silencio. Yo estaba al borde de las lágrimas. ¡Todo esto no me gustaba ni tantito! ¡Realmente me iba a ir muy mal!

¡Contéstame! ¿Te lo dije o no?

Sssí, papá.

Muy bien. Pues ya que parece que no estoy siendo suficientemente claro creo que vamos a tener que arreglar esto de otra manera. Termina de comer y vete a mi despacho. Ahí me esperas.

¡Pero.....!

¡SIN PEROS!

Buena la había hecho. Y es que deveras que había actuado como un idiota; si al menos hubiera empezado a limpiar, mi papá no estaría enojado, sólo me hubiera recomendado terminarlo pronto, pero con esto había demostrado que no me importaba lo que él me dijera: lo había desobedecido deliberadamente y ahora tenía que pagar por eso.

Come -me ordenó con voz fría-.

No tengo hambre, papá.

Por supuesto, ¿cómo podría tenerla sabiendo lo que me esperaba?

¿Ah no? Entonces vete a mi despacho y ahí me esperas hasta que termine de comer.

(GULP) Sí, papá.

Me levanté y, lentamente, fui a su despacho. Ahí era en donde siempre me regañaba fuerte y también era donde siempre me había dado de nalgadas; así es que ya sabía qué esperar.

Entré a su despacho cerrando la puerta tras de mí, tratando de ser muy cuidadoso al hacerlo ¡no quería que se enfureciera más pensando que estaba azotándola o algo así! Me senté en uno de los sillones y empecé a llorar. ¡Estúpido! ¡Estúpido de mí! ¡Estúpido! ¿Cómo podía haber sido tan estúpido y meterme en este lío? Necesitaba pensar en algo qué decirle, una buena explicación podía salvarme, pero ¿qué? ¿qué? ¡Carajo! ¡No se me ocurría nada y el tiempo pasaba!

Después de unos 45 minutos, aproximadamente, entró mi papá. Estaba todavía muy enojado; de hecho nunca lo había visto tan enojado; es más nunca lo había visto tan enojado conmigo. Estaba frito; definitivamente me iba a ir muy mal.

Levántate y ven para acá –me ordenó.

El sonido de su voz detuvo mis lágrimas. Me levanté de un salto, obedecer rápidamente sería lo único que evitaría que me fuera peor. Me paré frente a él.

Estás a así (me dijo mostrándome un pequeño espacio entre sus dedos pulgar e índice) de que te dé una paliza. Así es que empieza por darme una buena explicación de por qué carajos no limpiaste el garaje como te ordené en la mañana. Y más te vale que me digas la verdad porque a la primera mentira empiezan las nalgadas, ¿me entendiste?

Ssssí, papá.

Empieza, pues.

¿Qué podía decirle? ¿Que era un gueevón? ¿Un desobediente? Que pensé que.... ¿qué pensé? ¿Que no me descubriría? ¡Piensa, Ricardo, piensa! Tu trasero está apunto de sufrir las consecuencias de tu falta de imaginación!

Estoy esperando.

Sí, papá.... es que.... no sé qué pasó. Yo iba a limpiarlo pero.... no sé..... ¡deveras que no sé qué pasó!

¿No sabes qué pasó? ¡Pues yo sí sé qué pasó! Lo que pasó fue que pensaste que no te iba a decir nada, ¿no? Lo que pasó fue que creíste que tal vez podrías pasarte otro día más sin cumplir con tu obligación porque tal vez yo no lo tomaría en cuenta, ¿verdad? Así es que, simplemente, decidiste correr el riesgo; eso es lo que pasó ¿o no?

¡Carajo! ¿Es adivino o qué?

Nooo, papá.... es que.... no sé....

Empecé a llorar otra vez, estaba realmente asustado. Los regaños de mi papá siempre son de ese tipo: más como interrogatorios, en donde tengo que enfrentarme con él quiéralo o no y, lo que es peor, tengo que enfrentarme conmigo mismo, con mi propia irresponsabilidad, mis propias faltas y defectos. Es algo parecido a una tortura psicológica; y es que, no sé por qué, pero siempre me afecta mucho y me impresiona sobremanera la forma en la que mi papá me interroga y me hace reconocer mis errores, mis culpas.

¡Deja de llorar y contéstame lo que te pregunté! ¡Estás acabando con mi paciencia y lo único que vas a lograr es no sólo que te pegue más fuerte, sino que lo haga más rápido!

Traté de controlar mi llanto, pero era muy difícil. Finalmente lo único que me salió fue pedirle perdón.

¡Perdóname, papá! ¡Por favor perdóname, te juro que ahorita mismo voy a limpiar.....!

¡VEN PARA ACA! No sólo eres un flojo y un irresponsable, sino que desobedeces una orden directa y, encima de eso, no eres ni siquiera capaz de reconocer tus faltas. ¡VEN PARA ACÁ!

Yo había empezado a caminar hacia atrás, no con la intención de escapar, más bien fue un movimiento instintivo. Pero a mi papá no le gustó, así es que me tomó de un brazo y, jalándome hacia él con fuerza, empezó a desabrocharme el pantalón.

¡NOOOOO, NO, PAPÁ, NO POR FAVOR!

Claro que sí, te voy a enseñar a obedecer y a ser responsable.

¡Zas, de un tirón me bajó el pantalón dejándome sólo con mi trusa como protección contra los cinturonazos, la cual, lo sabía por experiencia, no servía de mucho. De nuevo empecé a caminar hacia atrás.

Párate ahí, PAS, PAS (dos nalgadas bien fuertes me convencieron de la conveniencia de obedecerlo). No te atrevas a moverte si sabes lo que es bueno para ti. Y no metas las manos o te va a ir peor, ¿me oíste?

¡Sí papá!

Tomándome del brazo me volteó colocándome de espaldas frente a él, me levantó la playera para descubrir mi trasero y puso mis manos en mi nuca. Yo estaba cagado de miedo. Cuando oí que se desabrochaba y se sacaba el cinturón no pude controlarme e instintivamente puse las manos en mis nalgas.

¡QUITA LAS MANOS! (¡ZAS, un cinturonazo en las manos!) Ponlas en la nuca y no las uevas, ¿me oyes?

Síiiii, papá.

ZAS (Otro cinturonazo, ahora en las piernas)

¡Abre las piernas, y NO te muevas!

Las abrí un poco pues el pantalón me impedía abrirlas más. Entonces empezó. El cinturón era ancho, por lo que abarcaba mis dos nalgas con facilidad. Cada golpe me dejaba una sensación de quemazón, de ardor insoportable.

ZAS, ZAS, ZAS,

En el centro de mis nalgas.

Mmmmmmfffffff

Traté de no gritar, pero dolía mucho

ZAS, ZAS, ZAS,

Un poco más arriba. Podía decir perfectamente en dónde me había golpeado pues sentía la marca que dejaba el cinturón.

¡Mmmmmggggggmmmm!

Empecé a sudar. Sentía la boca muy seca y traté de humedecerla pasándome la lengua por los labios mientras intentaba mantener el equilibrio. Apenas había empezado y yo ya sentía las nalgas ardiendo.

ZAS, ZAS, ZAS, ZAS,

Otra vez en el centro de mis nalgas, exactamente en el mismo lugar que los primeros. ¡Dios mío! Me estaba rostizando el trasero.

¡Aaaaauuuuuuuuuu! ¡Aaaaaayyyyyy!

ZAS, ZAS, ZAS, ZAS, ZAS, ZAS,

Golpeó justo en la parte en la que se unen las nalgas y los muslos. Era lo peor, dolía muchísimo. Para entonces yo estaba apretando las manos contra mi nuca como si se me fuera la vida en ello. Estaba luchando para no bajarlas y, al mismo tiempo, cada impacto del cinturón me obligaba a tensar todo el cuerpo. ¡Era una agonía!

¡Aaaaauuuuuu! ¡Paaaaaaapaaaaaaá! Dueeeeeeleeeeee muuuuchoooo!

ZAS, ZAS, ZAS, ZAS,

¡Aaaaayyyyyy! ¡Paaaaaaapaaaaaaá! ¡Yaaaaa, por favoooor!

Nuevamente arriba. Me estaba azotando con toda su fuerza, o al menos eso parecía. Di algunos pasos hacia delante para evitar caerme, empujado por la fuerza de los golpes.

¡NO TE MUEVAS! Me ordenó

ZAS, ZAS, ZAS,

Otra vez en la parte en la que se unen muslos y nalgas

¡Nnnooooo! ¡No fue adrede papá, por favoooooooor! ¡Ya noooooooo!

Yo estaba a punto de caerme. Se detuvo. Pensé que, por fin, había terminado. Entonces sentí que metía sus dedos entre el elástico de mi trusa. ¡No lo podía creer! ¡Iba a bajarme los calzones! ¡Me iba a dejar marcado por días!

NOOOO, NO, PAPI, NOOOO, NO ME BAJES EL CALZN, POR FAVOR, NOOOOO, NO ME LO BAJES, NO POR FAVOR, NOOOO.

En mi desesperación quité las manos de la nuca e intenté evitar que me bajara los calzones.

¡Te dije que pusieras las manos en la nuca y que no te movieras!

CHAS, CHAS, CHAS.

Tres cinturonazos en los muslos e inmediatamente me coloqué en la posición nuevamente, aunque cada vez me sentía más débil y temía caerme. Nunca antes me había pegado tan fuerte.

Mi papá reanudó la paliza, ahora dándome los cinturonazos en las nalgas desnudas.

CHAS, CHAS, CHAS,

Se estaba concentrando en la parte inferior de mis nalgas ¡Sentía que echaban humo con cada azote! ¡Era un infierno! Oía el silbido del cinturón y entonces sentía cómo me dejaba una roncha en el sitio exacto en el que pegaba. ¡No iba a soportar mucho más! ¡Sentía como si fuera a caerme en cualquier momento!

¡Aaaauuuuuuuuuuuu! ¡Aaaaaaaaagggggggggggg! ¡Yaaaa, para, por favor, yaaaaaa!

CHAS, CHAS, CHAS, CHAS,

¡Aaaaaaarrrrrrggggggg! ¡Yaaaaaaa! ¡Aaaaaayyyyyy! ¡Ya no, papá! ¡Ya nooooooooooo!

CHAS, CHAS, CHAS

Yo gritaba como si me estuviera despellejando vivo; y es que eso era exactamente lo que sentía. Cada golpe del cinturón me hacía sentir como si mis nalgas estuvieran siendo despellejadas. Ya no aguantaba más.

CHAS, CHAS, CHAS, CHAS, CHAS, CHAS, CHAS, CHAS,

¡No podía más! Me caí de rodillas.

¡Levántate!

Lo intenté, pero no pude, sentía las piernas como gelatina, me temblaban y no podían sostenerme. ¡Nunca antes había sido tan duro conmigo! Mi papá me tomó de la camiseta y me levantó de un tirón.

¡Te dije que te levantaras! ¡Todavía no termino contigo!

Ya no, papá, por favor, ya no. Es que ya no puedo estar parado. Por favor, por favor ya no me pegues. Te juro que no vuelvo a desobedecerte. Pero, por favor, ya no me pegues.

¿No puedes estar prado? ¡Pues entonces, ven para acá!

Me tomó por la camiseta y literalmente me cargó hasta su escritorio. En el proceso perdí los pantalones y los zapatos, aunque la trusa seguía enredada en mis tobillos. Me obligó a tumbarme en su escritorio, con el pecho apoyado encima, los pies levantados del suelo y, tomándome de ambas manos por las muñecas siguió dándome con el cinturón. Para entonces yo había perdido todo el control sobre mi cuerpo. Estaba casi hiperventilando y dejé de gritar, me ardía la garganta y a no tenía fuerzas.

CHAS, CHAS, CHAS, CHAS, CHAS, CHAS, CHAS, CHAS, CHAS, CHAS, CHAS, CHAS,

Los cinturonazos caían sobre la parte inferior de mis nalgas y también en mis muslos. Intenté patalear, pero ya no tenía fuerzas. Así es que, que simplemente me quedé ahí, medio colgando, con los pies sin tocar el suelo y sintiendo cómo cada cuerazo me dejaba una marca sobre la piel. Sintiendo mis nalgas hinchadas e hirviendo. Dejé que mis lágrimas escurrieran porque ya no podía ni siquiera sollozar y rogué para que se detuviera, para que por favor parara.

Por fin cesó. Yo estaba muy mal, respiraba my, muy fuerte y las manos y piernas me temblaban. Intenté controlar mi respiración, lo que logré poco a poco. Pasaron aproximadamente cinco minutos hasta que me repuse lo suficiente para darme cuenta que estaba ahí, inmóvil sobre el escritorio, desnudo de la cintura para abajo y con mi padre detrás de mí, mirándome. Podía sentir su mirada. Intenté ponerme de pie.

¡No te muevas! –me ordenó-

Me quedé ahí, sintiéndome ridículo y agradecido al mismo tiempo por no tener que moverme. Me dolía todo el cuerpo.

Oí a mi padre ponerse nuevamente su cinturón y la puerta del despacho abrir y cerrarse con fuerza. Había salido. Lentamente me llevé una mano a las nalgas ¡qué calientes estaban! Podía sentir las ronchas provocadas por el cinturón; toda la superficie de mis nalgas estaba muy caliente y se sentían perfectamente las marcas que me había dejado. Los muslos también me ardían, pero nada comparado con las nalgas.... era un ardor constante y sentía cómo palpitaban.

Después de un rato de estar en esa posición oí otra vez la puerta y la voz de mi papá.

Levántate.

Sssí, papá.

Apenas tenía fuerzas para moverme. Pero sabía que el menor error de mi parte haría que se volviera a sacar el cinturón y me diera otra paliza. Así es que me levanté lentamente y me volví para enfrentar a mi padre. Él me miró tan ferozmente que me obligó a bajar los ojos; simplemente no podía mirarlo.

Mírame a los ojos, Ricardo

Lo hice. Me miró en silencio por unos segundos y después me dijo:

Estás castigado por dos semanas, ¿está claro?

Ssssí, papá.

Me sentía ridículo y avergonzado estando parado ahí frente a mi papá, con los calzones en los tobillos, pero ¡qué remedio! No me había ordenado subírmelos, así es que tenía que aguantarme la vergueenza.

Súbete los calzones y recoge tu pantalón y tus zapatos.

Obedecí lo más rápido que pude, aunque las manos me temblaban.

Vete a tu cuarto y, cuando estés listo, bajas a limpiar el garaje. Si para la noche que termine de trabajar no está limpio, vuelvo a empezar. Te aseguro que te vuelvo a pegar tan fuerte como ahora, así es que lo mejor que puedes hacer para evitarte otra como esta es obedecerme, ¿está bien claro?

Sssí, papá.

Pasé frente a la mirada dura de mi padre, caminando lentamente pues cada movimiento era un suplicio. Una vez en mi cuarto me quité el calzón, no podía soportar su roce. Me miré las nalgas en el espejo ¡qué rojas estaban! La parte superior lo estaba un poco menos, pero en medio me había dejado unos enormes y rojos verdugones y estaban perfectamente marcadas las huellas de los cinturonazos igual que en los muslos; pero, la peor parte era la inferior, estaba rojísima y empezaban a aparecer marcas azules y moradas. ¡Me había dado una buena paliza! Me acosté boca abajo en mi cama y no sé de dónde saqué fuerzas y lágrimas pero lloré hasta que me quedé dormido.

Como a las siete me desperté y enseguida se reavivó el dolor. ¡No podía moverme sin que me doliera horriblemente! Pero no tenía más remedio que bajar y limpiar el maldito garaje. Así es que me puse unos pantalones ligeros, de algodón, y bajé.

Me sentía tan débil y me dolía tanto todo el cuerpo, especialmente el trasero, que no avanzaba mucho. Todavía estaba limpiando cuando oí cerrarse la puerta del consultorio y los pasos de mi padre acercándose. Empecé a temblar del miedo que me daba que volviera a darme de cinturonazos, pues no había terminado y me había prometido que me daría duro otra vez si no lo había hecho para cuando acabara de trabajar. ¿Realmente me pegaría otra vez? .... ¡Por favor, no! ¡Que ya no me pegue más! ¡Que me perdone! ¡Por favor, por favor!

Se paró en la puerta:

¿Qué pasó, Ricardo? ¿No has terminado? (eran casi las 10 de la noche)

No, papá. Pero.... (empecé a llorar) ya casi termino....

Deja de llorar y ven para acá.

Me coloqué frente a él. No me atrevía a mirarlo.

(Me dio unos golpecitos en la barbilla) Mírame, Ricardo.

Lo hice. Me quedé ahí, en silencio tratando de mantener los ojos en los de mi padre; era muy difícil pues podía ver que todavía estaba enojado, pero lo peor era que también veía algo como desilusión o tristeza desilusión reflejada en ellos.

Contéstame: ¿Cuántos años tienes?

¡Qué pregunta tan rara! Él sabía mi edad.

....trece....

¿Y te consideras inteligente, o tonto?

Mmmm.... ¡buena pregunta! Si me basaba en mi habilidad para meterme en problemas.... bueno....

Creo que.... inteligente, papá.

(¿Adónde quería llegar con esto?)

¿Y estás enfermo, o discapacitado o algo así?

No, sólo siento las nalgas escaldadas y me duele todo el cuerpo.... por lo demás.... estoy perfectamente bien.

Nnnno, papá.

Entonces dime, ¿qué es lo que hace que un niño de trece años, con una inteligencia normal, sin problemas de salud y con todas sus capacidades físicas, no sea capaz de cumplir con una responsabilidad tan pequeña como es limpiar un poco?

No sé (murmuré, bajando la vista).

¿No sabes? ¡Piensa! ¡Piensa! ¿Qué es lo que hace que un muchacho como tú no sea capaz de obedecer una simple orden?

Silencio.

¡Mírame a los ojos y contéstame!

Nnno.... no sé, papá. Es que.... me quedé dormido y.... se me fue el tiempo.... pero ¡por favor, no me pegues otra vez! ¡Te juro que hoy mismo termino de limpiar! ¡Por favor, dame otra oportunidad! ¡Te juro que es la última vez que pasa! ¡No te estoy desobedeciendo otra vez, ya empecé a limpiar! Es sólo que.... ¡se me fue el tiempo! ¡Deveras!

Estaba llorando como un verdadero histérico, aterrado de pensar que podría repetirse la paliza.

No voy a pegarte otra vez, no te preocupes. Espero que con lo de la tarde sea suficiente para que aprendas a asumir tus responsabilidades y a obedecerme. Sabes que no me gusta que actúes como un irresponsable, ¿hace cuánto tiempo que debiste haber limpiado este lugar?

Como.... tres semanas, papá.

El anuncio de que no habría más nalgadas, al menos por el momento, me hizo sentir mucho mejor, más relajado y dejé de llorar.

Así es, tres semanas en las que, casi diario, te recordé que debías hacerlo y tú simplemente no lo hiciste. En primer lugar, no tendrías por qué esperar a que te recordara tus obligaciones y en segundo lugar no debiste desobedecerme, ¿me entiendes?

Sí, papá.

Tienes trece años, Ricardo, ya no eres un niño, eres un muchacho, por lo tanto espero que te portes como un muchacho y seas capaz de cumplir con lo que debes SIN que tenga que recordártelo. Cuando tenías seis o siete años era lógico que tuviera que decirte lo que tenías qué hacer, pero a los 13 años espero que tengas un poco más de conciencia sobre tu lugar en el mundo y no que tenga que seguir tratándote como un niñito de cinco años. Quiero que te hagas responsable de tus cosas y si te tocó limpiar el garaje, ¡pues límpialo! Algún día vas a tener que trabajar para mantenerte y ¿cómo piensas hacerlo si no eres ni siquiera capaz de cumplir con una responsabilidad tan pequeña como esta? ¿Me estás entendiendo?

Sí, papá.... discúlpame....

No, hijo, no es cosa de disculpas, es cosa de entender y actuar con responsabilidad. No se trata de mentirme para evadirla, diciéndome que se te olvidó o tonterías de ese tipo. ¿Entiendes que eres tú quien se hace daño? ¿Entiendes que no puedes ir por el mundo culpando a tu falta de memoria por no hacer lo que debes?

Mi papá suspiró y se pasó las manos por el pelo. Parecía que le estaba costando trabajo expresar lo que me diría a continuación. Suspiró una vez más y me dijo:

Reconozco que te pegué demasiado fuerte, pero no te voy a pedir que me disculpes porque creo que te merecías una buena paliza, por flojo, irresponsable y desobediente. Sólo espero, hijo, que no tenga que repetirlo.....

No, papá.... por favor.... perdóname...

Empecé a llorar otra vez pues me sentía muy mal por no haber cumplido con mi obligación y haber tenido que pasar por lo que pasé. Era una mezcla de culpabilidad y de resentimiento hacia mi padre por haberme pegado tan fuerte, ya que, aunque sabía que merecía un castigo, la paliza me había parecido excesiva. Pero también me sentía muy mal por haberlo desilusionado, él esperaba que yo cumpliera con lo que era mi responsabilidad porque ya me consideraba un muchacho y no un niñito, y yo casi había echado todo a perder no sólo por no hacer lo que debía, sino porque le había mentido y, para rematar, lo había desobedecido. En verdad me merecía la paliza, aunque seguía pensando que había sido demasiado fuerte. Me gustó que él también lo reconociera, aunque me hubiera gustado más si me hubiera pedido que lo disculpara. Sólo que mi papá nunca haría algo así. Era su parte autoritaria la que había actuado y, aunque a él le conflictuaba, jamás iba a reconocer frente a mí que se sentía mal por haberme azotado de esa manera.

Vámonos para arriba. Mañana terminas con esto.

Claro que sí, papá.

¡Qué bueno! La verdad es que tenía mucho sueño y no tenía muchas fuerzas para trabajar, se me habían ido todas durante la nalguiza. Así es que estaba feliz de que mi papá no me hubiera obligado a seguir trabajando. Mientras subíamos mi papá me pasó el brazo por los hombros. Una vez arriba nos sentamos a la mesa para cenar ¡comí como un lobo pues me moría de hambre! Platicamos sobre varias cosas, aunque yo no hablé mucho.

Miré a mi papá. No le guardaba rencor. De hecho, me sentía seguro y confiado por tenerlo a él de padre. No sé por qué, pero es una sensación curiosa la de sentirme bien aunque sepa que, si vuelvo a hacer algo así, no se va a tentar el corazón y me va a dar otra paliza tan fuerte como la que me dio. Tal vez sea porque sé qué puedo esperar de él; nunca actúa por impulso, así es que no tengo que adivinar qué puede sacarlo de sus casillas. Es muy claro en cuanto a lo que tengo y puedo hacer y lo que no, así como las consecuencias de no cumplir con ello.

El día siguiente fue una verdadera tortura: las nalgas me ardían; no de hecho no sólo me ardían, ¡me dolían! Caminar era todo un martirio, también me ardía la garganta y, además, me sentía cansadísimo, como si hubiera trabajado mucho o hecho mucho ejercicio. De hecho pude caminar bien y dejé de sentir dolor como a los 5 días más o menos, pero las marcas no desaparecieron por completo hasta las dos semanas; por lo que mis dos semanas de castigo fueron exactamente el tiempo que necesité para que mis nalgas recuperaran su aspecto normal.

Y, sin embargo, al otro día, llegando de la escuela terminé de limpiar el garaje; la verdad es que no me llevó mucho tiempo ¡Y pensar que pude haber evitado todo lo que pasó con sólo destinar unas cuantas horas a ese trabajo!

Estábamos comiendo cuando mi papá me preguntó:

Ricardo, ¿limpiaste el garaje o se te fue el tiempo?

Me reí y él también

Sí, papá ya lo limpié. La verdad es que no me tardé nada, unas dos horas o así. Discúlpame por favor. Te juro que no va a volver a pasar.

Pues deveras que eso espero.

Sí, papá, deveras.

Está bien, entonces. Disculpa aceptada.


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