A Los 12 Años


by Ricardo <Ricavide@yahoo.com.mx>

Un miércoles por la tarde, cuando tenía 12 años, estaba viendo la televisión mientras mi papá trabajaba en su estudio. Él era médico neurólogo y, además de tener su consultorio en la parte inferior de nuestra casa, también hacía investigación, por lo que durante varias tardes a la semana trabajaba en su estudio (es decir, en la propia casa) en lugar de en su consultorio.

Oí que sonaba el teléfono, pero no me molesté en levantarme a contestar, pues hay un aparato en el estudio y mi papá podía hacerlo. ¡Si hubiera sabido quién llamaba por nada del mundo hubiera dejado que mi papá contestara!

A los pocos minutos oí a mi padre llamarme:

"¡Ricardo!"

¡Oh, oh! ¡Sonaba enojado! Me levanté rápidamente y fui a su estudio.

"¿Sí, papá?"

"Acaban de llamar de tu escuela...."

"¿Sí....?"

"Sí, ¿sabes por qué me llamaron?"

"Errr....n-n-no, papá." Yo sabía por qué razón habían llamado de la escuela.... ¿Por qué sentía que estaba reaccionando como un idiota?

"¿No? Yo creo que sí sabes, pero de todas formas te lo voy a decir. Ven para acá." Me acerqué hasta quedar parado frente a su escritorio. Podía ver que estaba enojado. "La directora me preguntó por qué no habías entregado todavía el mensaje que me mandaron contigo el lunes, y le tuve que decir que no sabía de qué mensaje me estaba hablando ¿tú sabes a qué se refiere?"

"S-s-sí, papá". Era absurdo seguir mintiendo.

"¿Y cómo es que lo sabes tú y yo no, si era para mí?"

"E-e-e-steee..... Es que....."

"¿En dónde está?"

"En mi cuaderno, papá."

"¡Pues vé por él y regresa para acá inmediatamente!" Me gritó mientras se levantaba apoyando ambas manos en su escritorio. ¡Estaba enojadísimo!

"¡Sí, papá!"

Corrí a mi recámara y tomé mi mochila; ahí estaba el cuaderno en el que mi maestra había escrito una nota reportándole a mi padre que yo no había entregado tareas durante toda la semana anterior y en donde, además, me acusaba de haberle faltado al respeto cuando me preguntó la razón por la cual no las había hecho. La nota había sido escrita el viernes y ya tendría que haberla entregado a mi papá para su conocimiento y firma pero yo -temeroso del castigo- no había sido capaz de hacerlo. Sólo que ahora ¡qué remedio! Se había descubierto el pastel y no tenía más que enfrentar las consecuencias.

Entré en el despacho. Mi papá ahora estaba de pie frente a su escritorio, esperándome ahí mientras leía algo que estaba encima. Cuando entré se volvió hacia mí con las manos en las caderas; se veía que estaba fastidiado por tener que dejar su trabajo para ocuparse de este asunto.

"Muy bien, Ricardo. Tengo mucho trabajo, así es que cuanto antes terminemos con esto, mejor. Entrégame el mensaje." Rápidamente saqué el cuaderno de mi mochila, busqué la hoja en la que estaba escrito, y se lo entregué. Cuando terminó de leerlo, cerró el cuaderno y, lentamente, lo puso en su escritorio. Me miró a la cara y lo que vi en sus ojos.... no me gustó ni tantito. ¡Estaba en problemas! Bajé la vista al suelo. "¡Mírame a los ojos, Ricardo!" Lo hice. "Esto no me lo habías enseñado, ¿por qué?"

¿Por qué? Pues verás.... hasta es momento había pensado que porque era muy listo y me evitaba un castigo, pero ahora.... bueno.... ahora ya no estaba tan seguro. ¿Tenía qué contestar a ESA pregunta?

"Te hice una pregunta, Ricardo, y estoy esperando que me contestes."

Sí, definitivamente TENÍA que contestar, pero.... ¿qué iba a decirle?

"Es que.... no.... no...."

"No ¿QUÉ?"

"No.... me atrevía, papá. Tenía miedo de que me regañaras...." ¡Bueno, no había estado tan mal, después de todo! Tal vez si AHORA decía la verdad podría salvar mi pellejo.

"¿Y qué te hizo pensar que sólo iba a regañarte?"

¡Oh, oh! "N-n-no sé, papá."

"¡Porque pensaste mal! No sólo te voy a regañar, te voy a dar unas buenas nalgadas después de que termines de explicarme por qué carajos no hiciste tus tareas y qué fue lo que le respondiste a tu maestra cuando te hizo esa misma pregunta. Empieza. Estoy esperando."

Se recargó en su escritorio y cruzó las manos sobre el pecho mientras me miraba tan duramente que empecé a llorar.

"L-l-a-s t-t-a-rea-a-s...." Estaba balbuceando, definitivamente tener miedo y estar llorando no son las mejores condiciones para hablar claramente.

"¡Habla bien! ¡No te estoy entendiendo nada! ¡No empeores las cosas, Ricardo! Lo mejor que puedes hacer es contestar rápido y en voz alta y clara lo que te pregunté."

Intenté controlar mis lágrimas y mi miedo. Al fin, después de un rato lo logré y pude hablar con claridad.

"Sí, p-p-apá. Eees que.... Es que.... lo que pasó es que esa semana hubo futból y yo quería ver los partidos; como había dos cada día pues no me dio tiempo de hacer la tarea...."

"¿No te dio tiempo? ¿O preferiste ver el futból a hacer tu tarea?"

"N-n-o, p-p-a-p-p-á.... eees que....yo...." Estaba balbuceando otra vez. ¡Carajo! Realmente era difícil hablar teniendo a mi padre tan enojado justo frente a mí.

"¿Qué pasa contigo? ¿No puedes hablar con claridad? A lo mejor quieres que empiece con las nalgadas de una vez."

Dio un paso hacia mí.

"¡NO!, ¡No, papá!" Se detuvo. Hice acopio de toda mi fuerza de voluntad para controlarme. Finalmente pude hablar con claridad otra vez. "Ssí, papá. La verdad es que preferí ver la tele que hacer la tarea."

"Pregunta uno contestada. Pregunta dos ¿por qué tu maestra dice que le faltaste al respeto?"

"Porque.... porque.... le.... le dije que.... que...." ¡Esa parte me estaba costando más trabajo!

"QUE, ¿QUÉ?"

"Q-q-q-ueee.... que había hecho cosas que eran más importantes que su.... es-tú-pi-da.... tarea...." ¡Ay, Dios mío! ¡Sabía lo que eso me costaría, pero no me atrevía a volver a mentir!

"¿ESO le dijiste a TU MAESTRA?"

"Ssssí, papá." Estaba realmente muy asustado porque podía ver que mi papá se había ido enfureciendo cada vez más.

"¡Voltéate!" -Me ordenó mientras empezaba a desabrocharse el cinturón. Yo lo obedecí enseguida. Hubo una pausa. "¿Tengo que decirte lo que tienes qué hacer?"

"No, papá." Me desabroché el pantalón y lo bajé hasta mis rodillas, coloqué las manos en mi nuca y esperé....

Mi papá se acercó a mí y me quitó la playera, que era demasiado larga. "¡Perdóname, papá!" Le supliqué. No era la primera vez que me pegaba así y ya sabía lo que me esperaba: el ardor en mis nalgas, el intento por mantener el equilibrio después de cada golpe, luchar por conservar las manos en la nuca. ¡Era horrible!

"No. No te voy a perdonar, ¡te voy a enseñar a ser un poco más responsable y a pensar muy bien en la forma en la que contestas!"

Empecé a sudar ¡Tenía mucho miedo! Pero no me moví porque me aterraba pensar en lo que me haría si lo hacía. Siempre por detrás de mí lo sentí clocarse un poco a mi izquierda. Por el rabillo del ojo pude ver que tomaba impulso y.... ¡ZAS! Cayó el primero, justo en donde terminan las nalgas y empiezan los muslos. Empezó dándome duro; estaba enojado y mi trasero iba a sufrir las consecuencias.

"¡Mmmmmfffff! No quería gritar, pero dolía mucho.

Después de unos segundos, volvió a tomar impulso y ¡ZAS! El segundo lo aplicó JUSTO en el mismo lugar. Es la parte que más duele y ¡de verdad que me estaban doliendo!

"¡Mmmffffmmmm! Mis ojos se llenaron de lágrimas. Sentía perfectamente cómo me marcaba las nalgas.

Mi padre dejó pasar unos segundos y ¡ZAS! EXACTAMENTE en el mismo lugar. Con cada azote me paraba sobre las puntas de los pies.

"¡Aaaaayyyyy!" No podía aguantarme más. ¡Me estaba doliendo demasiado! Se movió un poco más a mi izquierda. Tomó impulso y ¡ZAS! ¡ZAS! ¡ZAS! Golpeó muy rápido y con mucha fuerza en la parte central, en donde se forma la curva de las nalgas.

"¡Arrrrggggg! ¡Aaaaauuuuu! ¡Aaaardeeeeeee! ¡Yaaaaa, papaaaaaá!" ¡Oh, Dios mío! ¡Mis nalgas empezaban a arder! ¡Sentía como si me estuviera aplicando un hierro caliente!

Lo vi tomar impulso nuevamente y ¡ZAS! Arriba ¡ZAS! En medio ¡ZAS! Abajo ¡ZAS! Otra vez en medio.

"¡Aaaaayyyyyy! ¡Perdón! ¡Perdón! ¡Por favor, papá, ya no lo vuelvo a hacer! ¡Por favor, ya no!" Empezaron a temblarme las piernas. ¡Estaba siendo demasiado para mí! ¡Que termine, ya! ¡Por favor, que termine ya! Se acercó a mí, metió sus dedos en el elástico de mi trusa y la bajó hasta las rodillas.

"¡NO! ¡Nooo, PAPÁ, noooo!" ¡Estaba aterrado!, pero no me moví.

Sin decir una palabra se movió un poco hacia mi izquierda, tomó impulso y ¡ZAS! ¡ZAS! En donde se juntan nalgas y muslos, los dos me los dio JUSTO en el mismo lugar. ¡ZAS! En medio ¡ZAS! Otra vez abajo y ¡ZAS! Nuevamente en medio.

"¡MMMMffffff! ¡Aaaaauuuuu! ¡Por favor, papá! ¡Por favor, ya no! ¡Ya no! ¡No lo voy a volver a hacer! ¡Por favoooor! ¡Yaaaa!" ¡Mis nalgas hervían! ¡No iba a poder sentarme con comodidad dos días por lo menos!

Se detuvo. Mis nalgas eran un río de lava, sentía cómo palpitaban las ronchas que me había hecho con el cinturón, pero al menos había terminado. Me quedé ahí dando la espalda a mi papá, con los pantalones en los tobillos, la trusa en las rodillas, las manos en la nuca y sin playera; mis piernas temblaban un poco y estaba respirando muy fuerte. Me esforcé por controlar mis sollozos y después de un rato ya sólo estaba llorando muy quedito. No me atrevía a moverme pues mi papá no me había dado ninguna orden y sabía que el menor movimiento haría que volviera a zurrarme. Pude oír a mi padre ponerse nuevamente su cinturón y dirigirse al escritorio. Después de unos dos o tres minutos me dijo:

"Voltéate, Ricardo. Baja las manos y súbete el pantalón."

Lo hice con manos temblorosas. También recogí mi playera y me sequé la cara con ella, pero no me la puse. Mi papá estaba medio recargado, medio sentado en el frente de su escritorio y tenía las manos en las bolsas de su pantalón. Todavía se veía muy enojado. Me miró fijamente por unos segundos y después me dijo:

"Escúchame y escúchame muy bien: te di quince cinturonazos. Si vuelves a hacer algo así otra vez, cualquiera de las dos cosas que hiciste, ya sea dejar de hacer tus tareas por hacer otra cosa o faltarle al respeto a alguien, te voy a dar treinta y TODOS en las nalgas desnudas ¿entendido?"

"¡Snifff! Ssssí, papá ¡snif!"

"Y, si vuelves a ocultarme algo que hiciste te voy a dar veinte más. No me importa cuánto miedo tengas de lo que vaya a pasar ¿Hiciste algo indebido? ¡Enfrenta las consecuencias! ¿Está claro?"

"Ssssí, papá. Snif, snif."

"Muy bien. Estás castigado por dos semanas."

"Sí, papá. Snif."

"Quiero que te vayas inmediatamente a tu cuarto y te pongas a hacer TODAS las tareas que no hiciste; si para el sábado en la tarde no has terminado o no las hiciste correctamente, prepárate para repetir la función de hoy."

Salí de su despacho y me fui a mi cuarto. Aventé la playera sobre la cama y me bajé el pantalón y el calzón para ver mis nalgas en el espejo. Desde el centro hasta la parte superior de los muslos estaban de un color rojo brillante y tenía unos enormes verdugones en la parte más baja. Me las sobé, pero me dolían demasiado para que eso fuera un alivio, así es que lo dejé. Decidí que lo mejor sería ponerme a hacer mis tareas atrasadas y la del día de hoy; sólo que había un pequeño problema: ¡Había dejado la mochila en el estudio! ¡Qué remedio! Cagado del susto fui hacia allá. Mi papá estaba concentrado escribiendo algo. Toqué la puerta, aunque estaba abierta, pero no me atrevía a entrar nada más así. Levantó la mirada.

"¿Qué pasó? ¿Qué quieres?"

"E-e-s que.... se me olvidó la mochila...."

"¡Pues pasa por ella!"

"Sí, papá."

La recogí e iba saliendo cuando oí su voz.

"Ricardo."

"¿Sí, papá?"

"Tu cuaderno."

"¡Ah, sí!"

Me acerqué al escritorio para tomarlo. ¿Habría firmado la nota?

"¿Papá?"

"¿Sí?"

"Errr.... ¿ya firmaste la nota?"

"No."

"Es que.... tienes que firmarla."

"¿Ah, sí?"

"Sí."

"Y eso ¿por qué?"

"Puueess.... porqueee.... para que sepan que ya te la enseñé."

"Dámela entonces."

Abrí el cuaderno y busqué la famosa nota. Se la entregué. La volvió a leer y sacudió la cabeza con disgusto.

"De verdad espero que esto no vuelva a suceder, Ricardo". Me dijo mientras firmaba.

"No, papá.... no.... lo vuelvo a hacer" Musité.

"¿Qué dijiste? No te escuché."

"Que no lo vuelvo a hacer, papá." Lo repetí, esta vez con voz fuerte y clara.

"Eso espero. Vete a tu cuarto y haz lo que te ordené."

"Sí, papá."

Una vez en mi cuarto me senté frente a mi escritorio, no sin antes colocar una almohada en la silla. Estuve trabajando hasta que mi papá me llamó para ir a cenar.

Lo siguientes dos días, en cuanto regresaba de la escuela me iba a mi cuarto a continuar con mi trabajo; lo interrumpía únicamente para comer y terminaba poco antes de la cena. Durante ese tiempo vi pocas veces a mi papá, solamente a la hora de la comida y de la cena. Hablábamos poco, él porque estaba todavía enojado conmigo y yo porque estaba suficientemente atemorizado para tener mucho cuidado con lo que decía. Los viernes por la tarde, por lo general íbamos por mi abuela y algún primo o amigo mío y salíamos todos juntos al cine y luego a cenar pero, puesto que estaba castigado, ese viernes me lo pasé encerrado en mi cuarto haciendo la tarea. Como mi papá no estaba castigado, se fue con mi abuela dejándome en la casa acompañado sólo por Eugenia, nuestra empleada.

Los sábados mi papá trabajaba toda la mañana en un hospital público, aunque generalmente llegaba a tiempo para que comiéramos juntos, como a las 3 de la tarde, en la casa o fuera. Pero ese sábado, antes de irse al hospital mi padre entró a mi cuarto y me dijo:

"Ya me voy, Ricardo. No vengo a comer. Ya le dije a Eugenia que te prepare algo, así es que comes. "

"Sí, papá." ¡Caray! ¡Sí que seguía enojado! El hecho de que me dejara comer solo me lo demostraba.

"Regreso antes de las cinco, quiero que termines con esas tareas antes de que llegue. En cuanto acabes, pones los cuadernos en el escritorio de mi estudio y esperas en tu cuarto a que llegue, ¿me oíste?"

"Sí, papá."

Comí con Eugenia quien, sabiendo lo que sucedía, estuvo más amable que nunca conmigo, lo cual le agradecí muchísimo. Estaba empezando a sentirme como un delincuente.

Me apresuré y terminé en tiempo y forma y, tal y como me ordenó mi papá, dejé los cuadernos en el escritorio de su estudio, señalando las hojas en las que había estado trabajando, y me fui a esperarlo a mi cuarto. Como a la media hora (aproximadamente las 4.30 de la tarde) oí que llegaba. No pasó a saludarme como era su costumbre sino que se fue directamente a su recámara; ahí, entró en su baño. Oí correr el agua de la regadera mientras se bañaba; después lo oí mientras se vestía y, finalmente sus pasos dirigirse hacia el estudio. Suspiré con cierta aprensión, sabía que -antes de llamarme- querría revisar lo que había hecho y, aunque estaba seguro de haber hecho todo bien, no podía evitar sentirme un poco nervioso. Lo último que quería en esta vida era que se repitiera "la función". Aproximadamente 20 minutos después oí que me llamaba:

"Ricardo."

Fui a su despacho.

"¿Sí, papá?"

"Ven para acá."

Me acerqué a su escritorio.

"¿Esto es todo lo que tenías que hacer? ¿No te faltó nada?"

"Sí, papá, eso era todo. No me faltó nada."

"Muy bien, entonces. Vete a tu cuarto y quédate ahí hasta la hora de la cena."

"Sí, papá."

Me fui a mi cuarto y empecé a llorar. Era muy duro estar aislado, y es que aunque mi papá y yo vivimos solos (mi madre murió al nacer yo), nuestra relación siempre ha sido muy cercana, siempre comemos juntos y vemos la tele juntos también; generalmente platicamos mucho, salimos al cine o simplemente a caminar por la colonia; además, era muy frecuente que yo invitara a algún amigo a la casa o que saliera por las tardes a jugar, y.... ¡Bueno! No sé, era esa sensación de estar todo el tiempo en la cuerda floja y la certeza de que estaba enojado conmigo lo que me hacía sentir tan mal. ¡Y pensar que todavía estaría castigado una semana y media más; ¡no sabía cómo iba a soportarlo!

Pero, finalmente, lo soporté, aunque fueron unos de los peores días de mi vida. Todo el tiempo estuve temeroso de hacer algo que hiciera que mi papá saltara sobre mí. Me la pasé en mi cuarto la mayor parte del tiempo, sólo salía para ir a la escuela, al baño, a comer, y -cuando había visitas- a saludarlas y platicar un poco con ellas. La única persona que parecía entender mis sufrimientos era mi abuela, quien me visitó todos los días llevándome revistas y libros que me ayudaron a pasar mejor el castigo.

Cuando, por fin, llegó el último día, era ya la hora de la cena y estaba en mi cuarto (para variar) cuando oí que tocaban la puerta; era mi papá. Entró. Me levanté de la cama, en donde estaba leyendo. Sin dejar de mirarme, se sentó en la silla de mi escritorio. Yo me quedé ahí parado a un lado de mi cama, sin saber qué hacer ni qué pensar; empecé a sentirme nervioso y comencé a sudar. Me miró un largo rato y después me dijo:

"Ven para acá."

Me acerqué a donde estaba y me paré justo frente a él.

"¿Entiendes por qué te castigué?"

"Sssí, papá. Por no hacer mis tareas y por faltarle al respeto a mi maestra...."

"Y, ¿por qué más?"

"P-p-or.... por no decirte que me había portado mal.... ¿Me disculpas? ¿Por favor?" Empecé a llorar.

"Ven acá."

Me abrazó y sentí que toda la tensión me abandonaba. No me había dado cuenta de cuán tenso estaba hasta ese momento. ¡Por fin se había terminado! Mi papá ya no estaba enojado conmigo y me había perdonado. Lloré como si me estuviera vaciando, diciéndole entre sollozos lo difícil que había sido para mí pasar tanto tiempo aislado, y pidiéndole que por favor, por favor me disculpara. Cuando me calmé, me hizo pararme frente a él, nuevamente.

"Mírame, Ricardo."

"Sssí, papá. Snif."

"No quiero que esto se vuelva a repetir. No me gusta tener que castigarte pero, mucho menos me gusta que seas un irresponsable. Y me refiero a que lo fuiste, no sólo por no hacer tus tareas, sino por la manera en la que lo enfrentaste. Primero, con tu maestra, respondiéndole de esa manera, como si lo que le dijiste fuera verdaderamente una explicación y después, conmigo, ocultándomelo por miedo. Si habías tomado una decisión -incorrecta- pero una decisión al fin, ¿por qué no enfrentaste también las consecuencias de haberla tomado?"

"N-n-o, sé, papá. Tenía miedo....."

"¿Miedo? ¿De qué? Del castigo?"

"Sí, papá."

"¿Por qué crees que es importante enfrentar las consecuencias de tus decisiones? Porque, hijo, lo único que tenemos es la capacidad de decidir. Eso es lo que hace que los seres humanos seamos seres humanos. Loas animales no deciden, al menos no como nosotros lo hacemos, pues ellos actúan por instinto. Pero las personas no, las personas pensamos, razonamos, calibramos las posibilidades y después tomamos una decisión. Y cada una, aún la más pequeña, tiene consecuencias. Vamos a ver, en tu caso ¿Cuál es la consecuencia de no hacer tus tareas?"

"Que me vas a castigar...."

"¡No, hijo! Las consecuencias son que dejas de aprender algo útil para ti, que dejas de tener información importante. Pero, lo fundamental es que no estás cumpliendo con una obligación. Todos tenemos obligaciones, hijo, todos. Algunos más y otros menos. Algunas nos gustan y otras no; pero todos tenemos obligaciones que cumplir. Cumplir con ellas nos hace independientes porque podemos decidir lo que hacemos con nuestra vida. No cumplirlas nos hace débiles y dependientes porque siempre vamos a estar a expensas de lo que los demás hagan. ¿Me estás entendiendo? Si no aprendes a cumplir con lo que tienes que hacer, ¿cómo vas a hacerle para vivir cuando seas grande? ¿Vas a esperar que alguien te mantenga, o te de dinero para divertirte?"

"No, papá." Estaba empezando a ENTENDER.

"Claro que no. Y sobretodo hijo, asumir las consecuencias de nuestras decisiones es lo que nos hace crecer y ser maduros. Enfrentarte con las consecuencias significa que tú eres el dueño de tu vida y de tus decisiones y no los demás. Y eso es lo que quiero para ti, Ricardo, que seas un hombre capaz de decidir lo mejor para ti y que -tomes la decisión que tomes- enfrentes sus resultados."

Mientras estaba ahí, de pie frente a mi padre y escuchándolo, comencé a llorar. Realmente ENTENDÍA lo que me decía y me sentía triste por no haber cumplido con sus expectativas.

"Sí, papá, snif. No lo vuelvo a hacer, deveras que no."

"Eso espero, hijo, de veras que eso espero, porque aunque me duela mucho, si vuelve a suceder algo así, ya sabes qué esperar, verdad?"

"Sí, papá"

Se levantó y me acarició el pelo.

"¡Bueno! ¡Basta de tanto bla-bla-bla! ¿Se te antoja que vayamos a cenar fuera?"

"¿Hoy? Pero si es miércoles."

"¡No importa! ¿Se te antoja o no?"

"¡Claro!"

"Pues vé a lavarte la cara, suénate la nariz y péinate. Cuando estés listo nos vamos, ¿sale?"

"¡Sale y vale!"


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