Las Aventuras De Chiquitin - La Nueva Tienda - Primera Parte


by Chiquitin <Spainkophile@yahoo.es>

Como tantas otras veces, los pantalones y los calzoncillos de Chiquitín se encontraban tirados por el suelo del salón; Papi estaba sentado en el sofá ocupado en azotar con fuerza el trasero desnudo del muchacho, que pataleaba y gemía. Una escena de disciplina muy habitual en casa; el culete del pequeño se ponía cada vez más rojo y temblaba ante cada golpe de la vigorosa mano de Papi. No obstante, todavía quedaba trabajo por hacer antes de que Papi se diera por satisfecho; y para hacer ese trabajo tenía a su lado una de sus herramientas preferidas para educar a Chiquitín: un cepillo de madera de forma ovalada y de grandes dimensiones. El muchacho le había desobedecido y a Papi no le gustaba pasarlo por alto.

Las órdenes de Papi habían sido claras: Chiquitín debía lavar los platos y recoger la cocina mientras él hacía las compras y los recados de la casa por la tarde.

"Ya sabes, antes de nada deja todo limpio y recogido; luego podrás ver la tele o leer, pero no jugar con el ordenador".

"Papiiiii, por favor, quiero jugar".

"He dicho que no, no me repliques. Que no me entere de que has jugado porque te pego con el cepillo; tienes totalmente prohibido tocar el ordenador cuando yo no estoy en casa."

"¿Pero por qué?"

"¡Que no me repliques te he dicho! ¿Dónde has oído que le puedes contestar a tu papá?"

Chiquitín no tuvo más remedio que bajar la cabeza y tragarse las protestas. Papi sonrió y se levantó dispuesto a salir por la puerta.

"Venga, ven hasta aquí y dame un beso".

Chiquitín se acercó y se inclinó para rodear el cuello de Papi y darle un beso en la mejilla. Papi le acarició el culete con una mano y le dio unas palmaditas.

"Así me gusta. Ya sabes, a ser bueno. Porque, ¿qué hace Papi con los niños malos?"

"Les pega. En el culito".

"Exacto, Chiquitín. Ya sabes lo que te conviene". Y se dirigió a la puerta principal de casa y se marchó.

Chiquitín recogió los platos y se acercó al fregadero con la intención de lavarlos. Pero su mente se distrajo y enseguida empezó a pensar en los juegos. Papi, para poder controlar lo que hacía con el ordenador y que no viera cochinadas, sólo le dejaba utilizarlo cuando él estaba en casa. Pero pensar que el ordenador estaba allí tan cerca, en el despacho de Papi, era demasiado tentador para Chiquitín. Papi tardaría al menos una hora en volver, tenía que comprar muchas cosas; podría jugar una partida del juego y aún le daría tiempo a lavar los platos antes de que volviese ..... No, si Papi se enterara de alguna manera de que había estado jugando, le daría una gran paliza, como ya había ocurrido muchas veces; al recordar la última zurra por jugar a juegos, Chiquitín se llevó involuntariamente la mano al culete: Papi le había pegado con el cepillo, y hoy también le había amenazado con lo mismo. Lo mejor era fregar los platos y olvidarse del ordenador ....... Claro que ¿cómo iba a enterarse Papi? ........

Así que Chiquitín estaba entretenido con su juego favorito, pensando en jugar una sola vez. Pero, como suele ocurrir, el muchacho no pudo evitar jugar una segunda vez y una tercera, hasta que perdió completamente la noción del tiempo. Cuando la recuperó, vio que Papi llevaba casi una hora fuera. Pero pensó que aún tardaría un rato más en volver y le daría tiempo para jugar otra partida ......

Mientras, Papi se esforzó por llegar a casa lo antes posible; tenía ganas de pasar toda la tarde con Chiquitín, jugar con él y tal vez llevarlo a dar un paseo y a cenar. Le compró pastelitos porque sabía que era un niño goloso. Aparcó el coche en el garaje contento por haber tardado menos de una hora en hacer sus recados.

Al entrar en la casa, cual sería la sorpresa de Papi al ver que la cocina estaba igual de desordenada que cuando se había marchado, y los platos seguían sin fregar. Absorto en el juego, Chiquitín tuvo de repente un escalofrío al sentir un ruido. Y no digamos cuando vio a Papi con expresión de gran enfado justo detrás de él.

Lo siguiente que sintió fue la mano de Papi agarrándole con fuerza la oreja, levantándolo de la silla y arrastrándolo hacia el salón. Apenas pudo musitar "perdón, Papi, perdón" mientras Papi desviaba su camino hacia el sofá parándose un momento en el armarito donde guardaba los instrumentos de castigo de Chiquitín; el jovencito dio un respingo al ver a Papi coger, con la mano que no agarraba su oreja, el cepillo grande de madera; sin mediar palabra, Papi llevó a su hijo de la oreja hasta el sofá; se sentó y le desabrochó los pantalones. Chiquitín no se atrevió a intentar detener la mano que le bajó los pantalones hasta los tobillos, ni siquiera cuando, después de los pantalones, los calzoncillos corrieron la misma suerte.

"No, Papi, por favor. Con el cepillo no".

Papi se limitó a mirarle con la cara muy seria; cogió al muchacho y lo colocó desnudo de cintura para abajo encima de sus rodillas, en la posición de castigo habitual. Le quitó de los pies los pantaloncitos y los calzoncillos para que no le estorbaran; no los iba a necesitar durante un buen rato.

Tras quince minutos de zurra con la mano, Chiquitín empezaba a creer que por esa vez se libraría del cepillo. Cuando Papi interrumpió los azotes para acariciarle las nalgas, muy coloradas y muy calientes, pensó ingenuamente que el castigo ya había terminado. Lo que pretendía Papi era que el culete no se entumeciera para que el joven sintiera los azotes del cepillo en toda su intensidad. Una vez que consideró que las nalgas habían recuperado la sensibilidad, cogió el cepillo y, ante el horror de Chiquitín, golpeó con intensidad el trasero ofrecido ante él.

El calvario de Chiquitín duró todavía otros quince minutos largos durante los cuales Papi alternaba los golpes fuertes con el cepillo con caricias, para que el culito pudiera recuperarse de cada azote y volviera a encontrarse tierno y a sentir en toda su intensidad el golpe siguiente. Aunque Papi le había enseñado a mantener la compostura durante sus azotainas, a Chiquitín le era cada vez más difícil no patalear más de la cuenta y no intentar protegerse las nalgas con la mano. Por fin Papi pensó que los efectos del cepillo mantendrían el culete escocido durante al menos el resto del día; puso a un lado el cepillo, muy satisfecho con los resultados obtenidos sobre las posaderas de Chiquitín. El pequeño lloriqueaba y Papi, que ya no estaba enfadado, sonrió complacido.

"Bueno, Chiquitín, ¿has aprendido que debes obedecer a Papi?

"Síííí, Papi, nunca más jugaré al ordenador sin permiso"

"¿Y volverás a dejar la cocina sucia cuando yo te mande recogerla?"

"Noooo, nunca más, Papi. Nunca más, de verdad".

Papi levantó al muchacho y lo sentó en sus rodillas; Chiquitín dio un bufido cuando su muy dolorido culete tocó el muslo de Papi. Se volvió a levantar inmediatamente y se llevó la mano a las nalgas con cara de dolor. Tocarse el culito sin permiso le valió dos azotes extra de Papi con la mano; el pequeño empezó a lloriquear de nuevo, pero no volvió a tocarse las nalgas y se sentó sin mayor queja sobre el muslo de Papi. Se acurrucó tímidamente en su pecho mientras Papi le daba besitos y le acariciaba el pelo.

"Aunque seas travieso, sigues siendo mi Chiquitín".


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