Las Aventuras De Chiquitin - Fin De Semana Con El Jefe - Segunda Parte


by Chiquitin <Spainkophile@yahoo.es>

Danielito volvía a estar sucio por haber jugado en el bosque sin permiso y Papi lo estaba bañando. El muchacho hacía travesuras con el agua mojando a Papi, por lo que recibía una gran zurra con el cepillo gigante del baño. Papi azotaba el culito hasta que se ponía muy muy colorado y el muchacho lloraba. A continuación, Papi lo sacaba lloroso del baño, lo llevaba a la habitación, lo cubría con la toalla y lo secaba bien. Una vez bien sequito, ponía el cuerpo desnudo del muchacho sobre sus rodillas y reanudaba la azotaina con la mano. Con una gran erección, Papi golpeaba y golpeaba una y otra vez el suave culito del joven. El ruido de los azotes podía oírse con claridad desde la distancia, así como los gemidos de Danielito .......

Papi se dio cuenta de que estaba soñando, pero que los azotes y los gemidos de Danielito eran reales, así como su erección, y venían de la habitación de al lado. Chiquitín también estaba a punto de despertarse de su sueño por el ruido. Era ya de mañana, así que Papi acarició bajo las sábanas el culito desnudo del chico. Chiquitín se desperezó, se giró hacia Papi y abrió los ojos.

"Buenos días, Papi"

El sonido familiar de azotes sobre la piel desnuda y quejidos y lamentos seguía llegando, cada vez con mayor claridad.

"Danielito ha sido travieso, Papi"

"Eso parece"

En la habitación de al lado, había sido un estornudo de Danielito el que había despertado al jefe de su sueño. Recordó que la tarde anterior el pequeño había estado mucho rato a la intemperie y bajo la lluvia. Probablemente se hubiera resfriado. Tras recibir en los labios el besito de buenos días de su hijo y darle unas palmaditas cariñosas en el trasero, Don Daniel sacó del cajón de la mesita de noche el termómetro rectal para ver si el muchacho tenía fiebre.

A Danielito no le gustaba el termómetro rectal, la cánula que tenía era un poco dolorosa y sobre todo era muy humillante que se lo colocaran.

"Papi no, ese termómetro no. Usa el otro por favor, el del brazo"

"Danielito, el del brazo es para Papá. Para los niños es mucho mejor este. Date la vuelta"

Don Daniel retiró la sábana destapando el cuerpo desnudo de su hijo, que estaba tumbado rígido boca arriba.

"Danielito, date la vuelta. Que no tenga que decírtelo otra vez"

"Papi no, el termómetro del culito no. Duele"

"Como no obedezcas, sí que te va a doler el culito. Vamos"

El padre empezó a darle la vuelta al cuerpo de Danielito, pero este se resistió y forcejeó.

"Muy bien, tú lo has querido"

Sin más miramientos, Don Daniel cogió con fuerza a su hijo por los brazos y, con la maestría que da la costumbre de hacerlo, se sentó en la cama y colocó el cuerpo desnudo del muchacho sobre sus rodillas. Sujetándolo firmemente por la cintura con la mano izquierda, levantó la derecha y la soltó con fuerza sobre las nalgas de Danielito.

"¡Ay! ¡Aay! ¡Ay! ¡AAAy!"

Los azotes caían a buen ritmo. Aún no recuperado totalmente de las palizas del día anterior, el culete enseguida tomó un tono rojizo, mientras Danielito lamentaba haber sido desobediente.

"Perdón, papá. ¡Uuy! ¡Ay!"

"¿Cuántas veces –plas- te he dicho –plas- que me gusta –plas- que me obedezcas –plas- a la primera? –plas- Ya te daré yo –plas- Si te digo –plas- que tienes –plas- que ponerte –plas- el termómetro –plas- te lo pones –plas- inmediatamente –plas- ......"

La regañina llegó, a través del tabique que separaba las dos habitaciones, a los oídos de Papi. Así que Danielito no había querido ponerse el termómetro. Que desobediente, el jefe hacía bien en calentarle el culito. Seguramente el niño tenía fiebre, era lógico, después de haber estado en el bosque el día anterior ....... ¡Pero Chiquitín también había estado expuesto al frío!

"Chiquitín, ¿estás bien? ¿Tienes fiebre?" Papi le puso la mano en la frente.

"No, Papi, estoy bien" Respondió el joven, un poco aturdido.

"Ayer, por tus travesuras, cogiste frío. Voy a tomarte la temperatura"

Papi se levantó y buscó en la maleta el botiquín que siempre llevaba consigo. Sacó de él un termómetro rectal similar al que su jefe usaba con Danielito.

"He comprado un termómetro nuevo, Chiquitín. Me han dicho que es mucho más exacto que el que usaba antes y mucho más adecuado para los niñitos"

Chiquitín se inquietó un poco al oír estas palabras, y se alarmó mucho más cuando Papi se acercó de nuevo a la cama con un termómetro que llevaba incorporada una gran cánula rectal.

"Ponte boca abajo y separa las piernas"

"¿Para qué, Papi?"

"No le hagas preguntas tontas a Papi. Sólo obedece"

"Me da miedo, Papi"

"No seas tonto, no te va a hacer nada. Date media vuelta, Chiquitín"

Papi le forzó prácticamente a ponerse boca abajo, pero el muchacho tenía las nalgas cerradas. Papi le dio un azote.

"Separa las nalgas, Chiquitín"

El muchacho las separó un poquito, pero no lo suficiente para que Papi pudiera introducirle el termómetro. Sin mucha delicadeza, porque ya empezaba a cansarse, Papi separó las piernas de su hijo. Chiquitín intentó obedecer, presionado por los azotes que todavía seguían en la habitación de al lado, pero ningún niño escarmienta en culito ajeno; cuando el pequeño notó el frío contacto del plástico introduciéndose en su ojete, se revolvió y apretó las nalgas violentamente, haciendo que el termómetro se saliera de su sitio.

Papi no tuvo más paciencia; sin decir palabra, se sentó en la cama, colocó a Chiquitín boca abajo sobre sus rodillas, y empezó a darle una metódica azotaina, justo inmediatamente después de que dejara de oírse ruido de azotes en la habitación contigua.

Danielito oía la zurra que recibía su amigo mientras yacía tendido boca abajo con el termómetro colocado entre las nalgas, que volvían a estar muy coloradas. Don Daniel medía el tiempo echándole de vez en cuando un vistazo a su reloj mientras se vestía; pasado un rato, retiró el termómetro del ano del muchacho, para gran alivio de éste, y observó que tenía unas décimas de fiebre.

"Tienes un poco de fiebre, hijo. Nada grave, pero será mejor tomar medidas"

El rostro de Danielito, que se había relajado al librarse del termómetro, se contrajo de nuevo.

"¿Qué medidas, Papi?"

"¿Dónde había guardado los supositorios?"

Con el ojete todavía un poco irritado del termómetro rectal, y ahora su papá iba a ponerle un supositorio .... Danielito estuvo a punto de protestar, pero se contuvo a tiempo al recordar el escozor en sus nalgas de la azotaina anterior.

Cuando se trataba de la medicación de su hijo, Don Daniel recurría a los fármacos de vía rectal siempre que podía; era otra forma de humillación que añadir para redondear la educación estricta y la sumisión que esperaba del muchacho. Sin embargo, la caja de supositorios estaba ya vacía, y había olvidado traer otra de la casa de la ciudad. Que rabia.

"No quedan supositorios, tendré que recurrir al jarabe ...."

Don Daniel estaba casi resignado hasta que tuvo una brillante idea.

" Un momento, tal vez el papá de Chiquitín tenga algunos"

Danielito pasó en un minuto de la angustia al alivio, y del alivio de nuevo a la angustia. ¿Habría traído supositorios el papá de Chiquitín? No parecía probable que fuera tan precavido ....

Hacía un ratito que había finalizado el ruido de azotes en la habitación de al lado. Se oían débilmente los quejidos de Chiquitín y la voz de Papi, pero no era distinguible lo que decían. Don Daniel pensó que, una vez acabado el castigo del pequeño, era el mejor momento para ir a la habitación de sus invitados. Allí se dirigió.

"Voy un momento a la habitación de Chiquitín y su papá. Quédate ahí muy quietecito"

"Sí, papá"

Al verse solo, Danielito pegó la oreja a la pared para escuchar. Pudo oir con claridad la voz del papá de Chiquitín:

"Me voy a la ducha. Tú vístete y haz la cama"

"Sí, Papi"

Una amplia sonrisa se dibujó en la cara de Danielito. Chiquitín iba a estar solo en la habitación para recibir a papá. Aunque tuviera supositorios, la solidaridad entre niños le impediría prestarlos. Papá tendría que recurrir al jarabe, un tanto amargo pero mucho menos doloroso para su ya escocido culito.

Una vez le hubo puesto el culete bien rojo y caliente, Papi dio por concluido el castigo de Chiquitín, lo levantó de sus rodillas, y le ordenó tumbarse boca abajo en la cama con las piernas abiertas. Entre sollozos, el joven obedeció sin rechistar; tampoco se atrevió a abrir la boca más que para intensificar un poco sus gemidos cuando notó el termómetro introduciéndose entre sus nalgas doloridas. A pesar del escozor en el ojete, Chiquitín aguantó como un hombrecito hasta que Papi retiró el termómetro y comprobó que el pequeño no tenía fiebre.

"Vale, Chiquitín, puedes darte la vuelta"

Chiquitín se abrazó a Papi, que lo acogió con ternura y le dio muchos besos en la frente y luego en la boca. Luego anunció que se iba a la ducha.

Mientras el muchacho se acariciaba las nalgas todavía ardientes, alguien llamó a la puerta, justo en el momento en que el grifo de la ducha empezaba a funcionar. Dudó un momento si ir a contestar o si ponerse primero los pantaloncitos, pero pensó que si tardaba en abrir, los mayores podían enfadarse y castigarlo, así que abrió la puerta completamente desnudo.

El jefe le miraba sonriente y ya vestido, corbata incluida.

"Hola, Chiquitín. ¿Esta tu papá?"

"Está en la ducha, Don Daniel"

"Bueno, entonces tal vez puedas ayudarme tú. Danielito tiene un poquitín de fiebre; me preguntaba si tu papá tiene supositorios"

"Tal vez haya traído en el botiquín. Voy a ver. Pero entre, por favor"

"Gracias"

Don Daniel pasó y se sentó en la cama mientras Chiquitín buscaba en el maletín de las medicinas de Papi. Enseguida reparó en el tono rojo del culete del muchacho.

"Veo que te has llevado unos azotes, Chiquitín"

"Sí señor, fui travieso esta mañana y Papi tuvo que castigarme"

"Hay que obedecer siempre a Papi. Que te sirva de lección"

Efectivamente, Papi no había olvidado los supositorios. En contra de lo que ingenuamente había supuesto Danielito, en ningún momento Chiquitín se planteó mentir a Don Daniel para ayudar a su amigo, a pesar de conocer en carne propia lo humillante y doloroso que era que papá te pusiera un supositorio. Era un niño bien educado, y Papi le había enseñado que había que complacer a los adultos en todo lo que le pidieran.

"Aquí están, Don Daniel. ¿Cuántos necesita?"

"Por ahora solo uno, si la fiebre no baja le pondré otro más adelante"

Al guardar el maletín en el armario, Chiquitín reparó en algo que había allí. Un sacudidor de alfombras. Esto le sugirió una idea para ser un niño bueno y colaborar con Don Daniel.

"Papi siempre me da una zurra antes de ponerme un supositorio para que me esté quieto y me lo deje poner. Este sacudidor de alfombras podría serle muy útil con Danielito" Dijo, sacando el instrumento del armario y mostrándoselo a Don Daniel.

Este último se sorprendió; el sacudidor había estado desaparecido durante muchos días. No hacía mucho, lo había buscado para castigar a Danielito y no lo había encontrado. Tuvo que ser el propio niño el que lo había escondido allí.

"Eres muy amable, Chiquitín. Me parece una idea excelente; además tengo que hablar de un tema con mi hijo. Muchas gracias"

El jefe cogió el sacudidor de mano de Chiquitín. Le dio unas palmaditas en el trasero antes de irse.

Danielito estaba estupefacto y no podía creer lo que había oído a través de la pared. Su amigo lo había traicionado dándole a su papá no sólo los supositorios, sino que además, sin que se lo pidiera, le había descubierto donde estaba el sacudidor y le había sugerido que le diera una buena paliza con él. ¡Y papá se habría dado cuenta de que él mismo lo había escondido allí! La rabia y el deseo de que se lo tragara la tierra se adueñaron al mismo tiempo del jovencito.

La puerta de la habitación se abrió. Con cara de muy pocos amigos y sacudidor de alfombras en la mano, papá parecía más amenazador que nunca; Danielito se sintió un pobre niño desnudo e indefenso, cosa que era realmente.

"No niegues que lo habías escondido tú , o será aún peor. Ponte a cuatro patas sobre la cama con el culo en pompa"

"Papá, yo ....."

"¡CULO EN POMPA AHORA MISMO!"

Chiquitín, con la oreja pegada a la pared como había estado su amigo en la otra habitación un rato antes, no perdía detalle sonoro de la nueva azotaina que recibía Danielito. Lamentó no poder ver su culete tan bonito en pompa sobre la cama; ni el sacudidor cayendo una y otra vez sobre las nalgas. Danielito se quejaba mucho; Chiquitín tampoco conocía el sacudidor de alfombras porque Papi no tenía ninguno en casa. Había oido que no era tan doloroso como parecía; pero su amiguito había recibido una zurra hacía muy poco, aparte de los azotes de ayer. No era de extrañar que sollozara y se quejara tanto.

Tan entretenido estaba Chiquitín imaginándose la escena que oía, que no notó que Papi había salido de la ducha y estaba justo detrás de él con cara de enfado. El muchacho había desobedecido, estaba todavía sin vestir, y además se encontraba inclinado sobre la pared con el culo desnudo, y todavía rojo de la azotaina anterior, expuesto involuntariamente hacia su padre. Era una tentación demasiado grande, y Papi no pudo resistir el impulso de castigar al chico de nuevo.

La mano de Papi estrujándole la oreja le recordó a Chiquitín las órdenes paternas que no había cumplido. Antes de que tuviera tiempo de pedir disculpas, se vio inclinado sobre el muslo de Papi, que había colocado su pierna izquierda sobre la cama para agarrar a Chiquitín, mientras empezaba a azotarle con energía con la mano derecha. El sonido de los azotes se mezcló con el de los golpes del sacudidor en la habitación de al lado. Dos chicos traviesos recibían su merecido al mismo tiempo.

De nuevo hubo que poner cojines en las sillas de los niños para que pudieran sentarse a desayunar. Como castigo a su mal comportamiento, pasarían todo el día desnudos de cintura para abajo; después de desayunar, se les mandó ponerse de rodillas cara a la pared durante un buen rato.

A continuación, Papi y su jefe se fueron a dar un paseo mientras Chiquitín y Danielito copiaban quinientas veces "seré un niño bueno y obedeceré a mi papá".

Los castigos mantuvieron ocupados a los dos chiquillos traviesos el resto de la mañana. Pero durante todo ese tiempo, mientras estaba de cara a la pared de rodillas o mientras hacía sus copias, una sola idea –aparte del escozor en el culete- llenaba la mente de Danielito: vengarse de Chiquitín. Su ex-amigo era un horrible traidor que había preferido colaborar con un papá en el castigo de otro pequeñín travieso en apuros. No solo le había negado su ayuda, sino que además le había devuelto a papá el odioso sacudidor de alfombras. Solo pensar en él hacía que el culito le picara todavía más.

El momento para la venganza, sin embargo, no llegó hasta la tarde, cuando los papás salieron al jardín a echar una siesta a la sombra de los árboles. Danielito estaba en su cama pero no tenía ninguna intención de dormir. Tras comprobar desde la ventana que ambos papás estaban alejados y dormidos, se dirigió a la habitación de invitados.

Chiquitín tampoco dormía; la visita de Danielito no parecía agradarle ni desagradarle. Se incorporó en la cama con expresión indiferente.

"No es buena idea que vengas, estamos castigados"

"De castigos quería hablarte yo"

"¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan enfadado?"

"¿Tienes la cara de preguntarme eso? Le diste a mi papá un supositorio esta mañana para que me lo pusiera. ¡Con lo que pican!"

Chiquitín se quedó con expresión entre sorprendida y vacía, sin saber que decir.

"Pero lo peor es que le descubriste el escondrijo donde había guardado el sacudidor de colchones. ¡Me puso el culito como un flan! Aún tengo las señales"

Danielito se dio la vuelta. El faldón de la camisa no le llegaba a las caderas y no tuvo que levantárselo para que se apreciara el tono rojo de sus nalgas.

"Lo siento, pero oye, yo también me llevé una azotaina esta mañana. Dos, de hecho"

"Ya, ya, pero a ti hace ya rato que se te fue el rojo. Porque no te pegaron con el sacudidor. Seguro que tu papá te pegó solo con la mano"

"Porque no fui tan travieso como tú"

"Y yo a ti nunca te habría traicionado de esa manera"

"Hice lo que me parecía que era mi obligación, lo siento"

"Ahora sí que lo vas a sentir. Prepárate"

Sin más, Danielito se abalanzó sobre Chiquitín, dispuesto a inmovilizarlo. Se tumbó encima de él en la cama y, con la misma habilidad de la tarde anterior, sujetó las dos muñecas de Chiquitín con una sola mano, mientras con la otra sacaba un pedazo de cuerda. En un momento su rival se vio con las manos atadas, al siguiente instante tenía la boca tapada por una mordaza, y poco después le estaba sujetando los pies.

Chiquitín era ya un fardo atado –y atemorizado- colocado encima de la cama. Danielito le dio media vuelta sin mayor esfuerzo; efectivamente, el culete del traidor no tenía ya ninguna traza de los azotes de esa mañana, a diferencia del suyo. Esa situación no duraría mucho tiempo; Chiquitín gritó con todas sus fuerzas mientras su raptor desaparecía y aparecía al poco rato con el sacudidor de alfombras. Pero, sofocados por la mordaza, sus gritos de protesta no podían ser oídos.

"Ahora te vas a enterar de lo que duele" Dijo Danielito mientras se acercaba con expresión de triunfo cargado con el temible instrumento de castigo en la mano y con un nuevo manojo de cuerdas.

Al poco rato Chiquitín estaba colocado encima de la cama con el culito en pompa expuesto al aire y sin ninguna posibilidad de moverse, totalmente a merced de la venganza de Danielito.

El hijo del jefe saboreó su venganza torturando a Chiquitín con una larga espera antes de empezar. Su víctima intentaba inútilmente cambiar de posición; sólo conseguía agotarse y, efectivamente, al cabo de un rato estaba extenuado y todavía más indefenso.

Los azotes comenzaron por fin. Chiquitín comprobó en sus carnes, nunca mejor dicho, que había menospreciado tanto el dolor que producía el sacudidor de alfombras, instrumento que sus posaderas cataban por primera vez, como la fuerza de Danielito, que, con la furia de su venganza, pegaba con la misma intensidad con la que lo hubiera hecho Papi. Además, la imposibilidad de cambiar de posición, y dejar de ofrecer a su torturador las zonas más sensibles de sus nalgas, le sumía en una impotencia que hacía la azotaina todavía más difícil de aguantar.

El castigo se prolongó durante quince largos minutos; mostrando una técnica impropia en un principiante, Danielito se tomaba su tiempo y dejaba descansar las nalgas de su víctima después de cada azote, para no entumecer los músculos y que de esa forma volvieran a sentir el siguiente golpe con toda su intensidad. Un método que había aprendido de su papá.

Cuando el culo de Chiquitín adquirió un tono rojo casi granate, por fin Danielito consideró que se había hecho justicia y fue menguando la frecuencia de los golpes hasta parar por completo. Su satisfacción fue total al ver las lágrimas que corrían por los ojos de Chiquitín. Era necesario desatarlo ya, además, para no cortarle demasiado la circulación en muñecas y tobillos.

Una vez desatado, un Chiquitín lloroso y entumecido se llevaba las manos a las nalgas, que ardían y escocían como nunca, mientras hacía tímidos y lentos movimientos para que sus brazos y piernas volvieran a la normalidad. Danielito, que ya no estaba enfadado con él, lo miraba divertido, mientras volvía a su habitación para volver a poner el sacudidor en su sitio.

Con la satisfacción de sentirse vengado, el pequeño se tiró tranquila, e ingenuamente, a dormir la siesta. Debería haberse imaginado que, tan pronto Chiquitín recuperara las suficientes fuerzas y capacidad de movimiento, iría corriendo a empezar un nuevo capítulo de venganza.

Danielito estaba amodorrado cuando un fuerte tirón en los cabellos le hizo despertar bruscamente y gritar de dolor. Chiquitín se colocó a horcajadas encima de él y bofetadas, puñetazos, pellizcos y todo tipo de violencia empezó a caer sobre el desprevenido muchacho.

Tras el sobresalto inicial, los dos chicos entremezclaron sus cuerpos, totalmente desnudos de cintura para abajo y solo cubiertos por la camiseta arriba, y, entre golpes y agresiones de todo tipo, ambos cayeron al suelo y rodaron por toda la habitación.

Tal escena de violencia verbal –porque los muchachos se insultaban de la forma más procaz- y física fue rápidamente interrumpida por la irrupción de Papi y el jefe en la habitación; con rapidez separaron a las dos fierecillas y los llevaron cogidos de la oreja al salón.

Tras perder el control en la lucha, los chicos volvían a ser conscientes de lo que habían hecho y del lío en el que se encontraban ahora. No hacía falta ningún comentario, y ninguno de los dos papás lo hizo. Uno se sentó en el tresillo y el otro en el sofá de enfrente; cada uno colocó a su hijo sobre sus rodillas, levantó la mano en el aire y empezó a propinar una larga y concienzuda azotaina.

Papi había zurrado infinidad de veces a Chiquitín delante de familiares, amigos, o completos desconocidos, pero nunca acompañado de otro papá que también estuviera castigando a su niño. La zurra simultánea provocaba imitación por ambas partes: cuando un chico aguantaba sus azotes en silencio, el otro también callaba; si uno protestaba, el otro también protestaba; si un papá pegaba más fuerte, el otro también aumentaba la intensidad de los azotes. No obstante, Papi veía que a Chiquitín le habían calentado el culo antes de la pelea o durante la pelea, por lo que intentaba zurrar de una forma aparatosa pero poco intensa.

A pesar de que los azotes eran débiles, no eran fáciles de soportar para un culito ya escocido antes de empezar; el suplicio se hacía además muy largo, porque ninguno de los dos papás quería parecer más débil acabando antes el castigo. De hecho, cuando hicieron la primera parada para gran alivio y esperanza de los más jóvenes, no fue sino para dejar descansar la mano y coger un instrumento para continuar la zurra; Papi tomó su pesada zapatilla de suela dura, y Don Daniel una paleta de ping-pong. Tras unos minutos de azotes y gemidos, los papás se dirigieron miradas de complicidad, se sonrieron, y se permutaron los instrumentos en alegre camaradería, de forma que Chiquitín probó la paleta y Danielito la zapatilla.

Finalmente, los papás levantaron a los chicos, los sentaron sobre sus rodillas y los besaron y perdonaron, mientras los pequeños prometían no volver a pelearse nunca más. A instancias de Papi, los dos traviesillos se dieron la mano y se pidieron perdón entre sí, además de pedírselo a sus papás. A continuación se les mandó ir de nuevo cara a la pared; no fue tan duro el estar un buen rato de pie con las manos en la nuca, como la prohibición de tocarse el trasero. A veces los chicos daban botecitos por lo mucho que les picaban y les escocían las nalgas, que habían alcanzado un tono púrpura.

Un rato después, Don Daniel se sentó en el sofá con las piernas muy separadas y mandó colocarse a los chicos uno sobre cada rodilla para extenderles la aliviadora crema hidratante. Hubo que poner una buena capa y extenderla durante un buen rato para que el púrpura de los traseros bajara a un tono rojo menos nítido.

Como era de esperar, los niños se portaron estupendamente el resto del día; estuvieron de lo más cariñoso, obediente y solícito con los mayores. Sólo hizo falta castigarles una vez más a lo largo de todo el fin de semana: fue esa misma noche. Movidos por el excelente comportamiento de los pequeños y contentos de que volvieran a ser amigos de nuevo, Papi y el jefe accedieron a su petición de dormir juntos en una habitación que había quedado vacía, a condición de acostarse temprano.

Tras besar a sus papás, Danielito y Chiquitín fueron a la habitación, que, como todas las de la casa, tenía una sola cama. Una vez juntos y desnudos bajo la sábana, los de nuevo amigos se volvieron a pedir perdón mutuamente.

"¿Qué tal el culo?" Preguntó Danielito.

"Aún me pica bastante. Ahora sí que está más rojo que el tuyo" fue la respuesta de Chiquitín.

Danielito empezó a acariciarle las nalgas a su amigo. Aunque ambos estaban cansados y tenían la intención de ser buenos y dormir, estas caricias hicieron despertar sus colitas. Chiquitín comprobó que la de su amigo había crecido tanto como la suya. Empezó a acariciarla arriba y abajo, mientras se volvía hacia el muchacho y le besaba en la boca.

Mientras, en el salón, Papi y el jefe veían la tele tranquilamente después de un largo pero fructífero día de disciplina familiar.

"Qué agradables estaban los niños ahora ¿verdad?" comentó Papi.

"Sí, son buenos chicos, aunque hay que vigilarles mucho para que no hagan travesuras. Y darles muchos azotes, solo se portan bien cuando tienen el culo rojo. Por cierto, habría que ir a echar un vistazo a la habitación, no vayan a estar haciendo de las suyas"

"No creo, aún tenían el culo caliente cuando se fueron a la cama. Pero sí me gustaría ir a arroparles"

Don Daniel seguía escéptico.

"No olvides llevar un buen cepillo por si hubiera que darles una tunda"

"No creo que sea necesario"

"Tú lleva algo para pegarles, que no te cuesta nada. Espero que no tengas que usarlo, pero no me extrañaría"

Papi pasó por su habitación y cogió de la maleta un cepillo de madera de ciertas dimensiones. El jefe tenía razón, nunca estaba de más tomar precauciones. Los niños respetarían más a un papá cepillo en mano dispuesto a calentarles los culitos si se portaban mal.

Cuando abrió la puerta de la habitación donde dormían los jóvenes, Papi tuvo que reconocer lo acertado de los consejos de su jefe. Danielito estaba acariciando la colita de Chiquitín de la misma forma en que había estimulado a Papi justo la noche anterior. La flacidez de la colita de Danielito indicaba que él ya había sido estimulado y ordeñado, y no hacía mucho. ¿Cómo podían estar haciendo esas cochinadas sin permiso paterno?

La erección de Chiquitín bajó de golpe al abrirse la puerta y aparecer Papi con el cepillo en la mano. De nuevo no eran necesarias explicaciones: Papi se acercó a la cama, cogió a su hijo por la oreja, lo obligó a ponerse a cuatro patas sobre el lecho, y empezó a azotarle el trasero con gran energía. Chiquitín pasó del placer al dolor en sólo un minuto.

Un rato largo después, Chiquitín lloriqueaba en la esquina acariciándose el culito, que volvía a estar púrpura y ardiente. Mientras, Danielito también se lamentaba mientras el cepillo caía una y otra vez sobre sus nalgas desnudas. Cuando ya casi había desistido de conseguirlo, el sueño de Papi se hacía realidad y conseguía catar el estupendo culete del hijo del jefe y ponerlo como un tomate.

Don Daniel, que oía el ruido de la azotaina desde el salón, se acercó a comprobar como se desenvolvía el castigo. Le divirtió ver a su empleado afanado en azotar a su hijo, y con gran diligencia, había que reconocerlo.

Tras el castigo, cada papá se llevó cogido de la oreja a su hijo a su habitación. Chiquitín volvía a dormir con Papi, por lo tanto. Para consolarle y que olvidara todas las palizas que había recibido durante el día, Papi le dio muchos besitos, lo acarició, y continuó el trabajo que había comenzado Danielito y que se había visto interrumpido de forma tan brusca.

El domingo los niños estuvieron totalmente encantadores y no hicieron ninguna travesura. Papi volvía a casa con la satisfacción de haber logrado el éxito, un fin de semana de disciplina que, aunque tras mucho esfuerzo, había dado sus frutos. Volvía, además, con un regalo de su jefe que le hacía mucha ilusión estrenar: al llegar a casa pensaba bañar a Chiquitín con su nuevo y enorme cepillo de cerdas duras y madera resistente. Probablemente, el pequeño se resistiría en algún momento mientras Papi lo enjabonaba, así que Papi tendría que dar rienda suelta al segundo uso que tenía el cepillo como instrumento de castigo para los culitos de niños traviesos. El niño, mientras, iba en el asiento de copiloto del coche muy quietecito y con el cinturón puesto, alegre, sonriente, y sin poderse imaginar lo que le esperaba al llegar a casa.


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